Los niños en Santa Victoria Este miran el río Pilcomayo que es su fuente principal de alimentos. Fotografía gentileza Javier Corbalán. Diario El Tribuno, Salta.

 

 

 

Un estudio independiente revela la contaminación con metales pesados en el río Pilcomayo, en el lado boliviano de la Triple Frontera. También otro, uno oficial de Argentina, muestra números superiores a los establecidos por la OMS. Los pobladores indígenas entienden a la zona como una sola región sin fronteras porque el río forma parte de su cosmovisión y no pueden imaginarse fuera de él. Sin embargo, las autoridades tienen los estudios y no los publican. Todo lo que hay son trabajos desactualizados. Eso explica la falta de políticas destinadas a conocer y mitigar un flagelo ya instalado en el corazón del Gran Chaco Americano.

Pablo Solís es el cacique wichi de La Puntana, paraje del extremo norte de la provincia de Salta, un lugar que sólo es noticia cuando mueren los niños y las niñas por deshidratación y desnutrición.

El resto del año es todo resistencia en ese punto del Chaco Americano en donde el río Pilcomayo une, en un solo territorio, a Argentina con Bolivia y Paraguay. Se resiste el hambre, el olvido, la discriminación, la falta de políticas públicas por la cual no hay medicamentos, rutas, comunicaciones; ni siquiera los registraron en el último censo que se realizó en el país. Son los «nadie» de Eduardo Galeano.

En ese paisaje, Pablo mira la belleza del Pilcomayo y en sus pensamientos hay un río de contradicciones. Hay algo que no lo deja dormir y es el miedo a la contaminación de sus aguas con metales pesados. Las noticias, los anuncios ministeriales y los silencios del hospital local lo mantienen en la incertidumbre. En el monte chaqueño las noticias corren sin fronteras, como el viento norte. El hombre sabe que están tomando muestras en el río, pero nadie le dice nada.

Pablo Solís espera en la puerta de su casa alguna información de las autoridades. Ni siquiera el último censo nacional, realizado en el año 2022, pasó por su vivienda.

Según la Organización Panamericana de la Salud (OPS), en la zona hay limitado acceso al agua, saneamiento, salud y educación. Las vías terrestres son precarias, los medios de comunicación son escasos y hay gran desocupación. Los hogares con Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI) ascienden al 49,1% en el departamento Rivadavia, en donde se ubica La Puntana.

Un análisis reciente, de mayo de 2022, realizado por especialistas del laboratorio de la Universidad Autónoma Juan Misael Saracho (UAJM) del departamento boliviano de Tarija, con el apoyo de profesionales del Centro de Estudios Regionales para el Desarrollo Tarija (CERDET), a pedido de El Tribuno (Argentina), Acceso Investigativo (de Bolivia) y Última Hora (de Paraguay), reveló los niveles de contaminación del agua del Pilcomayo con metales pesados. El estudio se hizo tras la toma de muestras del agua superficial del río en la triple frontera, del lado boliviano, para esta investigación periodística transnacional.

Los resultados muestran la presencia de manganeso, níquel y plomo con valores de entre dos y siete veces por encima de lo aceptado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y por la normativa argentina. El cacique Solís no lo sabe, pero estos valores afectan directamente a su comunidad ya que el pueblo en donde vive queda al medio de los dos puntos de muestreo.

Estos análisis constituyen la radiografía más reciente de la contaminación del Pilcomayo y permiten confirmar lo que se ha detectado en estudios previos. Para esta investigación también se analizó una base de datos con 760 resultados de metales pesados medidos en la cuenca durante tres años consecutivos (2015, 2016 y 2017) por la Oficina Técnica Nacional de los Ríos Pilcomayo y Bermejo (OTN-PB), que no han sido publicados hasta ahora, aunque los gobiernos de los tres países los conocen.

Los resultados muestran la presencia de manganeso, níquel y plomo con valores de entre dos y siete veces por encima de lo aceptado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y por la normativa argentina. El cacique Solís no lo sabe, pero estos valores afectan directamente a su comunidad ya que el pueblo en donde vive queda al medio de los dos puntos de muestreo

El secreto mejor guardado es que el río lleva el veneno de los metales pesados con valores de hasta 190 veces por encima de lo permitido para la salud. Las autoridades argentinas saben que el agua del Pilcomayo tiene metales tóxicos desde hace años y también saben que los picos más altos de contaminación se dan entre octubre y diciembre, pero no lo informan a su gente.

Además, tras una petición de acceso a información pública amparada en la ley argentina, ante la Secretaría de Recursos Hídricos de la Provincia de Salta, se obtuvieron los resultados de las muestras tomadas por el gobierno local y nacional en Misión La Paz, en diciembre de 2021, para esta investigación. Los resultados son también reveladores.

El informe, que hasta ahora no ha sido publicado, confirma la presencia de metales pesados en cantidades que los funcionarios ven como «normales», pero al ser comparados con los parámetros permitidos por la OMS se ve claramente el exceso. Como un ejemplo, para Misión La Paz arrojan la presencia de manganeso total en agua con niveles de hasta 45 veces superior de lo que dice la normativa argentina y de lo que recomienda la OMS sobre su advertencia en niveles dañinos para la salud; el plomo total dio un valor 36 veces por encima de lo permitido, mientras que el cromo, níquel, cadmio, entre otros, superan todos los parámetros máximos, al ubicarse en rangos que pueden afectar la salud de las personas.

Sin embargo, el propio documento expone, a manera de conclusión, que: «No se detectaron concentraciones de metales disueltos en el agua del Pilcomayo con significancia para la salud humana, irrigación y bebida de ganado. No se observó que las concentraciones de metales disueltos excedan sus correspondientes niveles guía para la protección de la biota acuática en Misión la Paz».

Lo que sí reconoce el informe es la presencia de cadmio en los sedimentos de fondo y en el valle de inundación, en niveles elevados, por lo que recomiendan continuar con el análisis de sedimentos, «considerando que el último muestreo realizado fuera en abril de 2014».

El manejo de los resultados de este informe por parte de las autoridades argentinas pone en duda el tratamiento de la información ya que se maneja a conveniencia para «mantener la calma» de las comunidades que hacen vida en las riberas del Pilcomayo y dependen de él.

Desde la Secretaría dijeron que toman como parámetros los valores de «metales disueltos» cuando la ley 24.051 manda sobre «metales totales». Al tomar estos últimos, se debe decir que los valores de mercurio, plomo, níquel, manganeso, hierro, cromo, cobre, cinc y cadmio están siendo muy elevados.

Comparativo Ley N° 24.051. con los resultados muestra «Agua superficial», Misión La Paz, 07/11/2021

Constituyente peligroso (en Totales) Muestra Pilcomayo Nivel máximo seguro para las personas
Mercurio 5 0,1
Boro 460 750
Plomo 367 1
Níquel 218,3 25
Manganeso 4549,8 100
Hierro 270578,4 300
Cromo 283,2 2
Cobre 199,6 2
Cinc 1008,7 30
Cadmio 23,1 0,2

Los ignorados y el sábalo

Pablo Solís, ajeno a todos los análisis, resultados y manejos sobre la contaminación con metales pesados del río Pilcomayo, sigue con la rutina de vida en su pueblo. Tiene 53 años y viene de una larga estirpe de pescadores. Su papá Tito le enseñó todo lo que le habían enseñado sus abuelos, y a éstos los abuelos de los abuelos. Hay conocimientos que no se pueden explicar en castellano, palabras en wichí que no tienen traducción; o quizás no las quieren significar.

Recuerdo que a mi padre también le decían Tito y trabajó (también) en los territorios del Pilcomayo. Siempre me contaba que cuando se sentaba a ver cómo pescaban, los indígenas dejaban de pescar. Miraban quietos el río y no volvían a la pesca hasta que se iba el intruso. Si estuviera vivo me leería atentamente.

«Abril, mayo y junio son los meses en donde más se pesca», comienza la enseñanza del cacique Pablo.

«Es la oportunidad en donde se puede pescar de noche y de día porque no solo se saca para comer en la comunidad sino también para venderles a los bolivianos. Ellos compran los sábalos más pequeños que son de unos 30 centímetros. Los más grandes los dejamos para nosotros. El sábalo es el pescado más fácil de sacar. Los más peligrosos son los surubíes y dorados, por eso nosotros (los wichi) siempre andamos con un garrote porque un golpe en la cabeza los inmoviliza», dice en la explicación.

Desde niños, los wichi viven en el río. Si no están practicando la pesca, están nadando en el clima cálido del monte chaqueño que comienza en agosto. Quizás sólo en julio no entran al agua por el frío. El resto del año el Pilcomayo es un ámbito de socialización y aprendizaje, es una escuela de supervivencia y cultura. Pero es también un caudal de sustancias venenosas que, con el pasar de los años, les afectará la salud, según advierten médicos especialistas.

>> Imagen: Un hombre pesca con su red tijera en el río Pilcomayo. Archivo Diario El Tribuno de Salta

Una yisca (morral de chaguar) con cuchillo y utensilios, un garrote de madera, una linterna y la red tijera. Esta última se arma con dos varillas de unas dos pulgadas de diámetro, por al menos 1.80 metros. Esto es lo que necesitan para la faena. De día utilizan la técnica de la «zambullida» y de noche alumbran con la linterna a modo de farol y con el agua hasta la cintura observan el río. Atrapan a sus peces viendo la corriente. Se debe decir que las aguas son siempre de color chocolate. Ahí está el misterio.

«Miramos las olitas. El pescado remonta el río y produce una estela de agua por la cual ya sabemos si es dorado, pacú, surubí o sábalo. También sabemos el tamaño. Por eso de noche utilizamos la linterna, la que ponemos de tal manera que alumbre el agua y nosotros desde un punto cercano vamos viendo. De día es diferente y usamos la técnica de la zambullida que es meternos por completo en el agua y atrapar pescados», dice y su relato presagia el realismo mágico.

«Buscamos los remansos, que pueden tener hasta cuatro metros de profundidad en los tiempos de mayo. Nos metemos hasta el fondo y estamos ciegos porque el agua es muy turbia y si abrimos los ojos nos arden. En el fondo seguimos el curso del agua y vamos sintiendo con todo el cuerpo y no sabemos si los pescados nos ven o nos presienten también porque se mueven bruscamente y ahí es que sabemos en el lugar en que están; ahí los podemos atrapar. Los más grandes se van al fondo y solo los pescadores más fuertes los pueden sacar porque los envolvemos y los tenemos que subir hasta la superficie», relata.

Para entender la importancia del sábalo, sólo en La Puntana hay 600 pescadores. Es una forma de vida y de ganar dinero. A los indígenas les pagan ocho bolivianos por cada sábalo y es por eso que lo ven como una fuente de ingresos extraordinaria. «En años buenos podemos sacar hasta 200 sábalos cada uno por día. El año pasado fue malo y los mejores pescadores sacaban sólo 50 diarios», dijo.

El Pilcomayo es escuela, trabajo, diversión, resistencia, solidaridad de los pueblos indígenas de Salta que viven en la margen derecha del río. Sus aguas forman parte de sus vidas y esto ha sido así desde los recuerdos remotos de los más viejos. Los indígenas no llevan bidones con agua potable cuando van al río. Buscan cualquier recipiente, lo llenan, la dejan decantar un tiempo y la beben. No hay agua potable en todo el territorio. Si hay pozo profundo, no tienen tratamiento.

Las comunidades que están sobre el río, en la parte salteña, son 11 indígenas y una criolla. Con el agua no se discrimina ya que todos beben del río o de los bañados que dejan las inundaciones del Pilcomayo. En algunas comunidades hay pozos pero, por el sabor, los pobladores creen que tiene arsénico, uno de los metales pesados presentes en la zona.

El río Pilcomayo tiene desde diciembre hasta abril intensas inundaciones que bajan desde territorio boliviano. Para Mónica Rodríguez, analista química de la Secretaría de Recursos Hídricos de la Provincia de Salta, un ingreso extraordinario de agua puede remover el suelo del río y los metales pesados que este tiene, donde el cadmio es el protagonista más peligroso. Esto es algo que desconocen las 12 comunidades salteñas y que están en el informe oficial obtenido para esta investigación.

«Ahora tenemos una presencia mayor de cadmio que tiene el registro más alto desde el año 2006 en los sedimentos. Queremos ver si se mantiene con una toma de muestras que pretendemos hacer en diciembre o enero próximo», dijo Rodríguez. El plan es ir en tiempos de lluvia.

La salud, comprometida

Desde el noroeste comienza con Hito 1 que es el puesto criollo con 52 familias. Sigue hacia el sudeste La Puntana con 2.500 personas. Luego están Monte Carmelo, La Curvita Vieja -en donde unas pocas familias se quedaron-, Santa María, La Merced, Misión San Luis, La Gracia, La Estrella, Misión La Paz y Las Vertientes.

Según el gerente del hospital de Santa Victoria Este, Ariel Sosa, son más de 15 mil personas las que están dentro del Área Operativa VIII (AO-VIII) del Sistema de Salud Pública de la Provincia de Salta. Hay otros lugares que también están dentro del AO-VIII, pero que en este reportaje no se tendrán en cuenta porque están alejadas del río Pilcomayo.

Sosa explica que están al tanto de la rotura de un dique en el lado boliviano y de los múltiples factores que «estarían» contaminando el Pilcomayo. «No tenemos indicios que nos indiquen sobre los efectos de la contaminación de metales pesados en el río. Recursos Hídricos de la provincia es la oficina encargada de informarnos al respecto. Nosotros tenemos una ficha especial para las personas que presentan gastroenteritis y diarrea. Tomamos muestras y mandamos esas muestras para que se analicen en Salta. Hasta ahora no tuvimos casos con presencia de metales pesados, sí de parásitos», dijo el gerente, licenciado en Nutrición. «No es habitual que haya pacientes con alergias o problemas en la piel», concluyó.

A la contaminación histórica de la minería sobre el Pilcomayo se le suman los desechos de los químicos de la agricultura intensiva, los restos de la actividad petrolera, las mangueras rotas por donde transportan el agua y los bidones de los herbicidas que se revenden de manera ilegal.

Bidones de herbicidas
Los bidones de herbicidas se reutilizan para el uso del agua. Las mangueras de caños comunitarios son comunes en el Chaco salteño. Imagen: Antonio Gaspar

Otros caciques del pueblo wichi, como Abel Mendoza, de Misión Santa Victoria II, siguen denunciando la gran cantidad de «hermanos» con enfermedades en la piel, hígado y riñones, además de cáncer. Los pueblos indígenas viven del río, de la pesca y de sus bañados, están expuestos desde que nacen a un cauce contaminado. Para el caso de la pesca, existe el riesgo de la alta contaminación que se detecta por la explotación de minerales (plata, estaño, zinc, plomo, arsénico y antimonio) en la cuenca alta (en Bolivia) afectando la fauna ictícola.

Mendoza deja una inquietud más grande aún. Va más allá de las poblaciones indígenas que habitan la ribera argentina del Pilcomayo. «¿Acaso piensan que sólo los peces están contaminados? ¿Las vacas y el ganado menor de los criollos (colonos) no toman acaso el agua del río? ¿Nadie le tomará muestras a los animales que luego consumen todos los pobladores de Santa Victoria Este?», fueron las preguntas que cortaron el aire del Chaco salteño.

Toda la información está bajo llave, no es de acceso público ni para la gente que depende del río; de eso se encarga el gobierno.

La Fiscalía Federal de Salta en 2018 abrió una investigación sobre la contaminación por metales pesados en el río, motivada por la Defensoría del Pueblo. Pero finalmente quedó archivada porque desde las oficinas que integran la Comisión Trinacional para el Desarrollo de la cuenca del Pilcomayo nunca respondieron sobre el pedido de información, según confirmó Carlos Martín Amad, titular de ese despacho judicial.

«No tenemos en la Provincia esa información sobre la contaminación de metales pesados en las personas», dijo el jefe de Vigilancia Epidemiológica de Salta, Francisco García.

El sistema sanitario salteño tiene el programa de Atención Primaria de la Salud (APS) por el que desde 1983 el personal de salud visita casa por casa el área rural, con periodos de ronda de 3 meses. Si bien la contaminación en el río Pilcomayo viene desde hace muchos años, el sistema sanitario también. Sus trabajadores aseguran que no pueden saber si hay gente contaminada porque no tienen las herramientas para ello.

«El agente sanitario tiene variadas actividades, pero en el territorio se hace peso y talla de los niños hasta los 5 años, se realiza control de embarazadas, vacunas y si presentan algún síntoma para la derivación. Con el resto se hace lo que se puede», dijo una agente sanitaria que no quiere revelar su nombre.

El APS, entonces, no tiene forma de detectar los efectos de los contaminantes en las personas. «No existe en el Sistema de Salud de Salta un equipo de toxicología que pueda hallar enfermedades vinculadas al contacto de las personas con agua con metales pesados», dijo la pediatra toxicóloga jubilada, Adriana Flores.

El cacique Víctor González
El cacique Víctor González cuida el motor a combustible que da energía eléctrica a Misión La Paz y muestra su preocupación por la falta de información.

«El río nos da vida, pero el agua nos mata»

En el otro extremo del territorio salteño sobre el Pilcomayo, el cacique de Misión La Paz, Víctor González, describe la vida de los indígenas con una sola frase: «Es una paradoja porque el río nos da vida, pero el agua nos mata».

Toda su vida ronda en torno al Pilcomayo. Tiene 56 años y cuenta que antes comían siempre lo que les daba el río y el monte. «En mi infancia aprendimos a nadar y pescar desde que tengo memoria. Por esos tiempos éramos muy sanos. Ahora nos enfermamos y no sabemos si son las comidas del blanco que están llenas de harinas o es por el río y el agua que utilizamos. Pedimos que el Estado venga y nos aclare la situación», dijo el cacique González.

Se trata de una población de 350 familias que integra también a Las Vertientes, en el límite provincial con Formosa. Un dato que es llamativo porque la cantidad de familias no coincide con los registros que maneja el Área Operativa VIII que estima, entre los dos parajes, unas 250 familias.

En el puesto sanitario del lugar son frecuentes los cólicos, vómitos y diarreas. Pero lo que registran con más cantidad son los problemas de vesícula y las intervenciones quirúrgicas asociadas a este órgano, realizadas por la Fundación Antena y Cultura Nativa, del cantante Jorge Rojas, que llegan una vez al año a la zona con médicos especialistas. Lo que Sala de Situación del Ministerio de Salud de Salta no registra o no hace público, lo hizo la OPS (Organización Panamericana de la Salud) estableciendo que «la mayoría de las comunidades no tienen acceso al agua potable. Algunas no tienen acceso al agua.

Hay gran prevalencia de parasitosis intestinales, especialmente en niños de 0 a 6 años, poliparasitados por falta de acceso al agua segura con la consiguiente mala absorción de nutrientes. Quienes no tienen agua la colectan de madrejones del río utilizando bidones muchas veces contaminados por agrotóxicos de las fincas colindantes», asegura un documento que data de 2018.

José Luis Robles, director del colegio secundario 5182, asegura que muchas personas tienen dificultades en la vesícula y el principal síntoma es la dificultad para orinar. Su institución educativa, de Nivel Medio, es la que brinda el espacio para la atención de los especialistas de las fundaciones.

Vista del río Pilcomayo, entre Pozo Hondo y Misión La Paz, donde en diciembre de 2021 tomaron muestras.

«Todos sabemos que el río está contaminado pero es muy difícil cambiar la forma de vida vinculada a él. Ahora mismo, muchos de los chicos se escaparon del colegio para ir a refrescarse. Más allá de eso, tenemos que tener agua potable. Poseemos un pozo que es profundo pero que tiene arsénico. El agua tiene el mismo olor del río y no sabemos por qué se originan los problemas de salud que tenemos «, dijo Robles.

Con las tardes de calores, los chicos del secundario cruzan una calle que es la misma ruta provincial 54 y llegan al río para aprender sus otros conocimientos, que nadie enseña y que van adquiriendo sin maestros y por imitación.

«Muchos niños tienen diarreas por parásitos. Nos dan sales de recuperación y nos piden que lavemos todo, pero tenemos la misma agua que nos contamina. Necesitamos que el Estado nos brinde agua segura», concluyó González.

Los médicos que trabajan con Cultura Nativa atribuyen al agua las enfermedades que demandan cirugías para un alivio de los pacientes.

Datos sin publicar

El secretario de Recursos Hídricos de la provincia de Salta, Mauricio Romero, confirmó que tienen la información sobre la presencia de metales pesados en el río Pilcomayo. Se refiere al informe de muestras realizadas en Misión La Paz en diciembre de 2021 y mayo de 2022. Hasta esta investigación esos datos no habían sido publicados.

Textualmente, Romero expresó que «dan como resultados la presencia de metales pesados que, visto a lo largo de los años, se puede decir que son normales. Es por eso que le queremos transmitir tranquilidad a los ribereños porque los análisis que realizamos indican que las aguas del Pilcomayo no inciden en la salud de las personas según los parámetros de la OMS», aseguró mientras el mismo gobierno de Salta le recomienda a los lugareños no bañarse, pescar ni tomar agua del río.

Los resultados también contradicen el discurso oficial. Las cifras del informe muestran niveles por encima de los recomendados por la Organización Mundial de la Salud y por la normativa argentina.

Informe laboratorio
Imagen de los resultados de laboratorio cuyos datos demuestran la contradicción de la interpretación de autoridades. Informe del Ministerio de Recursos Hídricos de Salta, Argentina.

Las autoridades argentinas tienen toda la información, pero la manejan solo entre los ejecutivos y a conveniencia. La Auditoría General de la Nación advirtió recientemente sobre la «pasiva presencia argentina en la zona del Pilcomayo a fin de evitar acciones que pudieran traer consecuencias irreversibles en el flujo de caudales», según el informe dado a conocer en las primeras semanas de septiembre de 2022.

El máximo organismo argentino de control expone que los aportes del Gobierno Nacional, comprometidos para el funcionamiento de la Comisión Trinacional para el Desarrollo de la Cuenca del Río Pilcomayo, «no se realizaron en tiempo y forma» por lo que «afectaron las tareas de monitoreo hidrológico, calidad de aguas y sedimentos y la ejecución de actividades técnicas transfronterizas».

Para esta investigación hicimos un pedido de información pública al Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto, ente que respondió no ser el indicado y remitió a la dirección ejecutiva de la Comisión Trinacional para el Desarrollo de la Cuenca del Río Pilcomayo (CTN).

En mayo de 2022, personal del Programa de Gestión de los Recursos Hídricos de Cuencas Transfronterizas, de la Secretaría de Infraestructura y Política Hídrica de la Nación estuvo realizando el monitoreo de la calidad del agua y biota del Pilcomayo. Según los lugareños «tomaron muestras de sábalos». Los resultados de estos análisis tampoco fueron informados a los pobladores.

En este contexto, la Subsecretaría de Recursos Hídricos de la Nación (SSRH) no le brinda la información a la Auditoría General de la Nación. La Secretaría de Recursos Hídricos de la Provincia ve con normalidad la presencia de metales pesados. El Ministerio de Salud no diseña herramientas para la detección de la contaminación en las personas. Las fundaciones ingresan a los territorios a realizar intervenciones pero no se reflejan en el sistema sanitario. La Justicia Federal archiva los pedidos de informes. El Estado tampoco informa a la población sobre la situación y mucho menos desde una perspectiva multicultural, regional y transfronteriza.

Todo esto ocurre, año tras año, mientras Pablo Solís sigue resistiendo en su territorio junto a sus hermanos y hermanas. Sigue reclamando información en el Hospital de Santa Victoria Este, en la Casa de Gobierno de Salta, en la Intendencia, en Cancillería y en la OTN, a los medios de comunicación. Quiere tener la certeza del conocimiento para saber qué discusiones deberá dar, para buscar soluciones, trazar actividades, buscar medidas; reclamar políticas específicas.

El represor Jorge Rafael Videla, en la última dictadura cívico militar, ante la pregunta del periodista José Ignacio López, definió: «Frente al desaparecido en tanto esté como tal, es una incógnita. Si el hombre apareciera tendría un tratamiento X y si la aparición se convirtiera en certeza de su fallecimiento, tendría un tratamiento Z. Pero mientras sea desaparecido no puede tener ningún tratamiento especial, es una incógnita, es un desaparecido, no tiene entidad, no está… ni muerto ni vivo, está desaparecido».

Medio siglo después, los indígenas y criollos que viven del Pilcomayo sienten a flor de piel las palabras de ese dictador, en forma de analogía. Si apareciera la información sobre la calidad de agua tendría un tratamiento X y si la aparición revelara contaminación, tendría un tratamiento Z. Pero mientras la información esté desaparecida no puede tener ningún tratamiento especial, es una incógnita, no tiene entidad, está desaparecida.

 

 

 

 

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