«Hay quien cruza el bosque y sólo ve leña para el fuego»

 León Tolstói

El aroma de los bosques primaverales.

La sensación de las piedras tibias.

El repentino estallido de un capullo de aromito que se abre e inunda el aire con su fragancia.

Un zorrito que asoma su cabeza sobre el pastizal. Una tortuga a toda marcha con algún propósito indescifrable.

El rocío de la madrugada atrapado en una telaraña tejida entre los pastos.

El grito estridente de dos patos que irrumpen con vuelo rasante en el arroyo  que baja desde una cumbre.

La diminuta silueta de un poblador serrano viene campeando el monte a lo lejos, guiando a sus vacas y cabras hacia la sombra de un bosque de chañares y molles.

Nada de eso sucederá esta primavera en gran parte del valle de Punilla.

En el barrio Comechingones de la localidad de Cuesta Blanca por ejemplo, ahora tres jotes sobrevuelan en círculo el paisaje calcinado, dos días después que bomberos, brigadistas y vecinas apagaron el último tizón de lo que hasta entonces era un monte.

La implacable vista de las aves ha detectado algún animal muerto; una de esas tantas víctimas del fuego que nunca serán consideradas como pérdidas en las estadísticas gubernamentales.

En este barrio de la localidad serrana todos tienen el rostro cansado y los labios resecos. También pesadillas recónditas. Aquí, en lugar de lluvia todavía hay lágrimas.

BAJO ASEDIO

Anuka por fin anoche pudo dormir después de varios días. Sentía el cuerpo detonado por el cansancio y las emociones: “Es cuando empezás a sentir que no hay lugar que no te duela”. La pobladora habla del agotamiento físico, pero también del emocional: “Cuando sentís que el cuerpo al fin se relaja empezás a llorar, llorar y llorar”. Hace 11 años que vive en el lugar y empieza a desovillar su historia diciendo: “Un bombero le avisó a Belén que se venía el fuego; que por favor alertara al vecindario para que nos autoevacuemos porque se veía muy fiero el incendio y el viento de ese día era terrible. Que juntemos las cosas más importantes y que nos vayamos”.

“Yo estaba en el laburo así que pedí que me dejaran salir. Llegué después de que me dejaran pasar por un puente que habían cortado. Junté las pocas cosas que pude: garrafa y papeles de los estudios médicos de mi hija, entre ellas». En esa secuencia de desesperación avanzaba impiadoso el fuego mientras ella percibía que no iba a poder hacer nada ante la situación: “Alguna vez hice guardia de cenizas o ayudé a algún vecino; pero esto era diferente porque sólo pensar que podía perder la vivienda me hizo entrar en shock; era una situación horrible. Nos fuimos y un par de vecinos decidieron quedarse. En el momento de cargar las cosas para huir del fuego había mucha gente queriendo ayudar, pero yo dije ya está.  No me daba la cabeza para pensar qué era importante para salvar”.

Mientras tanto, el fuego seguía avanzando y empujando a todos a una situación límite, así que luego de cargar lo indispensable se resguardó con sus hijos en un centro cultural cercano donde muchos vecinos llegaban a dejar sus garrafas, las cosas importantes y más fáciles de mover. De allí, el periplo continuó hasta que llevó a su hija e hijo con su abuela: “Esas horas fueron tremendas. Cuando llegué a la casa de mi vieja me relajé un poco y sentí -no sé cómo explicarlo, es difícil- que no había nada dentro de mi cuerpo. Yo entendía que si seguía avanzando ese fuego iba a bajar a Cuesta Blanca y crecía la posibilidad de convertirse en un desastre aún mayor del que ya estábamos sufriendo”.

“Por la noche volvimos con mi hermana y nos avisaron que se había quemado una casa, pero no sabíamos cuál era. Hicimos guardia de cenizas, apagamos los tocones que permanecían incandescentes y tratamos de salvar a un molle enorme”, indica la pobladora y agrega que en esos momentos “sabíamos que los bomberos estaban colapsados porque el fuego había cruzado el río; estaban dispersos y dándolo todo en otras zonas, también”.

Yanina es vecina de Anuka y relata: “No sé, manoteé cosas ridículas mientras les decía a los chicos, ¡díganme qué es lo que más necesitan, lo primero que se les ocurra! y las cargaba en el auto”. El miedo y la desesperación reinaban por esas horas: “Me abracé a los chañares porque -y la mujer no puede contener el llanto-… porque pensé que me despedía de ellos, porque veía como cruzaba el fuego y todo se llenaba de humo, repleto de pájaros desorientados y era como decirme: bueno soltá todo porque ya está”.  La mujer establece una pausa para recomponerse y retoma: “Anuka vino como tres veces a pedirme que me vaya y yo en esos momentos pensaba: tengo que ver cómo se prende fuego mi casa porque no quiero que nadie me lo cuente. No quiero estar en Icho Cruz pensando si se quemó mi barrio o no. No, no iba a soportar estar en otro lugar”, murmura la mujer entre lágrimas que la desbordan mientras Anuka baja su mirada y retuerce su buzo para un lado y para otro.

“Acá el fuego llegó el lunes a la tardecita cuando estaba oscureciendo, la hora en que los aviones hidrantes ya no actúan”, dice Anuka y apunta que “la provincia no puede tener tan pocas de estas naves para combatir incendios, no puede tener tan poca disponibilidad de equipos y personal. Esto de los incendios no es nuevo porque pasa todos los años en las temporadas secas. Sin embargo, los recursos son los mismos, no se genera una gestión para detener el fuego antes, para que no avance, para que no pasen estas cosas”, dice y tras un silencio agrega: “No sé, yo no soy bombera pero me pongo en el lugar de los bomberos que están sobrepasados atendiendo cinco frentes en el mismo momento, evitando que el fuego ingrese a un pueblo, a Icho Cruz, por ejemplo”.

El incendio avanzó implacable aquellos días sobre un monte nativo protegido por la Ley de Bosques y compuesto por árboles emblemáticos como talas, molles, chañares, espinillos, tintitacos y palo de leche; especies arbustivas como el piquillín y el moradillo y también herbáceas.

“Sabemos que queda muy poco bosque nativo. Esta es una zona de chañares y por eso vivimos con respeto hacia el ambiente que estamos habitando”, remarca Anuka. El monte que se quemó en la zona no registraba incendios desde hacía más de 35 años indican los lugareños: “Hubo pérdidas en todos lados y de todo tipo; y también en el ecosistema, eso lo sabemos todos. No sé si ya contaron la cantidad de hectáreas que se quemaron pero un bombero que estaba en “El Milagro” me decía que veía pasar liebres y zorros huyendo… imagínense todos los animales que quedaron encerrados en esa cortina de kilómetros de fuego. Muchos no tenían por dónde escapar”.

EL FUEGO, SEGÚN LEÓN

Estamos en el patio de una casa del barrio Comechingones, bajo la sombra de un imponente tala centenario. A unos 300 metros de aquí llegó el fuego y mientras un zorzal se ofrece como banda de sonido, del interior de la casa aparece León -de 16 años- que saluda uniéndose a la mesa. El joven se enteró de los incendios mientras salía de la escuela pública a la que asiste en la vecina localidad de San Antonio de Arredondo.

-¿Cómo viviste estos días, León?

– Salí de la escuela y me avisaron que el fuego había llegado muy cerca de mi casa y bueno, yo me re-asusté.

Mi mamá me dijo que fuera con mi papá que vive en Carlos Paz y allá estuve casi todo el día preocupado por mi casa, por mi gato y por todo el barrio. Estábamos comunicados con ella que me mantenía al tanto de cómo iba la cosa; era terrible la verdad. Sentí mucha impotencia de no poder hacer nada.

– ¿Y ahora qué pensás después que pasó todo esto?

– Y… es como un alivio pero a la vez no, porque cuando paso por el camino y veo todo quemado, todo gris, todo muerto así… y la verdad genera tristeza y mucho enojo también. Eso me hace sentir bastante mal.

– ¿Por qué te enoja?

– …Y el hecho de que no cuidan nada del poco monte que nos queda, de los pocos árboles nativos; eso es no saber valorar lo que tenemos. Además, no me parece que estos fuegos sólo sean un accidente generado por un chabón que intentó hacer café; la verdad, yo no me lo creo a eso, me parece muy indignante.

– ¿Ahora cómo estás?

– …Un poco más aliviado porque por fin pude llegar a mi casa, pero muy triste por todas las situaciones que se vivieron.

Yanina toma la palabra nuevamente y dice que aún no puede evitar oír el sonido del crepitar de los árboles consumidos por el fuego. Anuka dice: “Ese día, lo de los pájaros fue tremendo, las bandadas revoloteando desconcertadas, fue muy fuerte ver eso”.

MONTAÑAS DE CARBÓN

Según imágenes obtenidas por el satélite Landsat-9, procesadas por la Unidad de Emergencias y Alertas Tempranas de la CONAE, los incendios ocurridos durante esa semana arrasaron 4750 hectáreas.

“Creo que coincidimos en que no fue un café nada más lo que provocó un incendio como éste, se generó en muchos lugares al mismo tiempo y corrió muy rápido el fuego», expresa Anuka y agrega: «Ponele que esa fuera la causa, o cualquier otra que podría desatar un incendio accidental: un desperfecto en un auto… no sé cualquier cosa: no hay realmente un plan para frenar el fuego antes para que no tome las dimensiones gigantescas que tomó”, señala la pobladora.

“Por suerte, nosotros no perdimos la casa -interviene Yanina- pero tenemos vecinos que sí la perdieron.  La Jor, La Zaza, la Flor, Pampa y Carol apagando el fuego en la pared, desesperados y a los gritos. La Flor abrazando la casa mientras yo le decía: ¡vamos ya está!, y me respondía: “No, no voy a dejar a mi casita”.

Ahora, una suave brisa sopla sobre el valle y arremolina las cenizas que cubren el suelo; un soplido del viento las eleva y las hace danzar. Entonces respiramos el monte devenido en un cadavérico polvo gris. Las pisadas que nos llevan a bajar una loma producen un extraño rechinar en el camino. Es la piel del monte, ardida y crujiente.

Aquí, en este valle se irguió esa nube tóxica de humo y cenizas que respiraron cientos de miles de cordobeses durante 3 días en un radio de varios kilómetros.

Durante 3 días, en decenas de ciudades, los cordobeses respiramos aire promiscuo de monte muerto.

CUESTA BLANCA: CUESTA NEGRA

Los diálogos van y vienen en el vecindario que aún sigue conmovido: “Hoy es el cumple de Fede, que se le quemó la casa”. “Hace como 3 días que no estoy con mis hijos, que no los veo”. “¿Hoy que día es?”. “Ya lo encontramos. Ahí contestó. Está bien, pasa que anoche se quedó dormido”. “Sí, en el whatsapp todos están preguntando dónde y  cómo se llenan los formularios del gobierno”. “Estoy esperando agua para darme un baño, todavía no hay”.

Hace 7 días llegó el incendio al barrio, y al día siguiente se produjo un reinicio que quemó más casas: “Un viento fuerte reinició ese fuego que cruzó la calle y comenzó a venir para acá metiéndose en los patios de las viviendas. Por suerte llegaron -además de bomberos voluntarios- brigadistas de la Sacha brigada de San Marcos Sierras, Kalahuala de Villa Ciudad Parque y también la brigada Cóndor que es de esta región. Ellos trajeron un camión con agua y mangueras para ayudar. Entonces, otra vez la desesperación porque estábamos todos acá la noche anterior, tirando tierra y en un momento tan complicado no había agua en el barrio”, relata Anuka.

“Esto fue un desastre y hay que pensar que en la comunidad hubo pérdidas sin importar que ideología tenía el que las sufrió, donde estaba su casa o el tipo de construcción que tenía: era su hogar –enfatiza Anuka- y digo esto porque capaz que después viene la provincia a decir que si no tenías una vivienda hecha de ladrillo no era una casa, porque también son así”. Yanina agrega: “…Eso es lo que nos están diciendo ahora… lo de la provincia es mucho papeleo, no es que te presentás y listo. Tienen que venir a sacar fotos, ellos definen que es una casa, el título de propiedad y antes hay que hacer una denuncia con bomberos de la policía para tener el certificado de que tu casa fue quemada».

“Lo material se recupera, dirán, pero después vamos a abrir la puerta de nuestra casa y no tendremos ni una sola sombra, ni un solo reparo y veremos todos los días, desde ahora en adelante, el desastre que ha quedado”, dice Anuka.

Entretanto, aún se huele el olor ácido que desprende el monte quemado. En el camino cruzamos a otro vecino que marcha acompañado de una perra: «¡Volvió solita hoy!, la habíamos llevado al pueblo por los incendios pero se escapó de la gente que la cuidaba y se vino». Tal vez en algún sendero, la perrita se haya cruzado con la directora del Jardín de Infantes de Icho Cruz, que decidió mantener abierta la escuelita esos días para recibir y resguardar a los niños del barrio.

Mientras emprendemos nuestro retorno luego de un intenso día, en una Audiencia Pública se sigue discutiendo el destino de un área situada a unos pocos kilómetros de aquí, y que fue quemada intencionalmente durante la pandemia. Es que la Secretaría de Ambiente provincial pone en discusión un megaproyecto inmobiliario al que los habitantes, instituciones y organismos de la región se oponen con fiereza. Es la prueba más contundente que queman para desmontar, que desmontan para lotear y que lotean para beneficiar a los grandes empresarios inmobiliarios, con la complicidad de los organismos gubernamentales, claro.

En tanto el organismo de Ambiente cordobés se entretiene con la economía circular, el mercado de carbono y el Acuerdo de París, queman los bosques y sotobosques contaminando el aire que respiramos, acelerando la desertificación de los suelos, fomentando aún más la eutrofización del embalse San Roque, contaminando el agua de ríos y arroyos, y disminuyendo gravemente la biodiversidad que sostiene al equilibrio ecológico en el territorio serrano.

Temas menores para esta gestión y sus políticas ambientales «ecofriendly» que en la última década han posicionado a Córdoba como un gran productor de carbón de bosque nativo; y convertido a las sierras en dantescas chimeneas. Políticas deliberadas que hoy ubican al sur de Punilla como una región con una emergencia ambiental evidente.

Mientras tanto, con los incendios ya extinguidos, toda victoria sobre el fuego sugiere una derrota desde el momento en que alguien lo desató y otros dejaron que se expandiera sobre los bosques y las vidas de miles de cordobeses.

 

 

 

>>Imagen de Portada: Enfant Terrible

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