«Iba en la camioneta con los guardaparques atravesando el corazón de la Quebrada del Condorito, y por el mismo sendero que había recorrido el día anterior con la esperanza de volver a verla. Doblando por la misma curva y, tan sólo unos minutos más tarde que en la víspera, la señorita me dio otra oportunidad.

La camioneta frenó de repente y yo, enredado entre mochilas y binoculares, bajé lo más rápido que pude porque, su hermosura, solo se puede apreciar unos segundos.

El inicio de la cámara fue una de las esperas más agónicas que recuerdo y más se incrementó el disgusto cuando no lograba enfocarla porque, dándome la espalda, se iba caminando por una pirca, seduciéndome con su infinita agilidad.

Cuando logré hacer foco, ella me había vuelto abandonar.

Con el corazón roto la busqué a través del visor de la cámara entre pajonales y rocas hasta que su rostro se hizo visible de nuevo. En ese acto de curiosidad me regaló una sola foto, como apiadándose de mí, y volvió a partir para no regresar jamás. No será la foto con la mejor calidad, pero poder ver todos los días a la única que me enamoró a primera vista, acariciada por la brisa fresca de las alturas y bañada por el atardecer de Achala, me recuerda lo afortunado que soy en esta vida».

¡Gracias Gabriel Orso por dejarnos compartir tu tremenda foto relatada!

 

 

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