Millones de especies. Invisibles o inmensas. Migratorias o inmóviles. Reptantes, voladoras, saltarinas, nadadoras, lentas, rápidas. Marinas, terrestres, aéreas, subterráneas. Con plumas, escamas, pelos, corazas, cuernos, garras, sedas. Silenciosas, rugientes, cantoras, aulladoras. Con troncos duros, tallos blandos, espinas, cortezas, pétalos delicados. Se alimentan de sol, de energía térmica, de plantas, de animales vivos o muertos. Cazan, depredan, filtran, absorben, chupan, parasitan. Envenenan, curan, matan, nutren, cuidan. Transparentes, opacas, brillantes, luminosas, coloridas, oscuras. Lisas, rugosas, calientes, frías, húmedas, secas, eléctricas. Solitarias, coloniales, sociales. Abundantes, escasas. 

Cada una de estas palabras, y muchísimas más describen a una, a pocas o a muchas especies animales, vegetales y de las otras, esas que de tan diversas ya no clasificamos como “animales o plantas”.

La vida en la Tierra se ha tomado millones de años para jugar. Y el resultado es magnífico: todo lo viviente que nos rodea. Y más aun: todo lo que vemos, todos los paisajes tienen, de un modo u otro, la impronta de alguna forma de vida presente o pasada. Y lo que no vemos, también. Porque hasta el aire que respiramos tiene su origen en especies que lo modifican hasta lograr ese equilibrio único que nos permite vivir.

¿Hay vida en otros planetas?

Con la misma vehemencia con la que algunos sostienen que no la hay, otros aseguran que sí. Me siento más cómodo entre éstos últimos, aunque todavía no tengamos ninguna evidencia. A pesar de la inventiva y los esfuerzos tecnológicos destinados a detectar alguna forma de vida exoplanetaria, no la hemos encontrado. Pero, lo que hemos alcanzado a ver de otros planetas hasta ahora, de otras estrellas, y hasta de otras galaxias, es tan poco que es casi como si nuestra vista no hubiera salido aún de nuestros propios ojos para mirar más allá. Es, en términos relativos, la nada.

Proxima Centauri, la estrella más cercana al Sol, se encuentra a poco más de cuatro años luz de distancia de nosotros. Llegar hasta allí implicaría viajar a la velocidad de la luz, durante algo más de cuatro años, constantemente. Si lo lográramos, habríamos llegado apenas a la estrella más cercana, una entre billones de estrellas en trillones de galaxias de un universo que se expande a cada segundo. Pasará mucho tiempo, tal vez siglos, hasta que detectemos alguna forma de vida en otro planeta.

Mientras tanto, hay millones de especies aquí, rodeándonos por todas partes. Cada una es en sí misma una maravilla de la naturaleza.

> Fotografía: Mariano Sironi

Cuando caminamos en un bosque y levantamos un puñado de tierra y hojitas, o cuando sostenemos un jarro con agua y plantas, en ese puñado de tierra, en ese jarro con agua, hay infinidad de veces más cantidad y diversidad de vida que en todo el universo conocido fuera de la Tierra.

En nuestra mano, todo el universo. Vivimos en un planeta único y su diversidad biológica nos sorprende, nos maravilla, y nos mantiene vivos.

Entonces, ¿por qué hemos llegado al actual estado de cosas llevando a semejante crisis a las especies de las que dependemos y a los espacios en los que viven? ¿Qué está fallando en nuestra propia naturaleza para hacer/nos lo que estamos haciendo/nos?

Las causas son múltiples, algunas tienen su origen en siglos pasados, otras son actuales e inéditas en la historia de la humanidad y de la naturaleza toda. No es mi intención hacer un análisis exhaustivo de las causas que nos han traído a la situación de hoy, aunque sí repasar algunas, y dejar planteadas preguntas para que al leerlas podamos reflexionar y pensar en qué hacer para cambiar.

La superpoblación está en el centro de los problemas ambientales a gran escala. Somos demasiados, y entre nosotros, hay algunos muy demandantes de los recursos y la energía del planeta. ¿Cómo haremos para revertirlo? ¿Deberemos pensar en nuevas y mejores políticas de planificación familiar.

La desigualdad en la distribución de la riqueza entre ricos y pobres es inmoral. Unos pocos exhiben fortunas personales de miles de millones de dólares de modo grosero ante las carencias absolutas de países enteros y ante la crisis ambiental que ellos mismos generan. ¿Tendrán alguna vez los megamillonarios un compromiso verdadero para mejorar el estado del ambiente y de las especies de las que todos, incluyéndolos a ellos, dependemos? Buena parte de los recursos necesarios para generar los urgentes cambios que deben hacerse, está. Debe ser distribuida de modo más justo, no sólo entre las personas, sino entre todas las especies, cuyo futuro depende de lo que una sola especie haga hoy para salvarlas, o no.

El sistema agroindustrial actual y el consumo de productos silvestres claman por un cambio drástico en su manejo y control. Mientras tanto, ¿cómo cambiamos hoy mismo, desde lo cotidiano, para que nuestros hábitos individuales logren rediseñar las políticas de manejo de fauna y de plantas silvestres, de animales domésticos y de todo lo que consumimos?

Hemos llenado la atmósfera de gases de efecto invernadero. ¿Seguiremos transportándonos en aviones y autos a fuerza de petróleo y gas como hasta ahora o buscaremos nuevas alternativas para el transporte mundial? ¿Cómo podemos acceder a energías más limpias?

El plástico está en todas partes. Desde que lo trajimos a nuestras vidas hace más de un siglo, cada año hay más en el mar, en los ríos, en las ciudades, y en nuestros platos. Bebemos y comemos plásticos. ¿Cuánto de lo que usamos en nuestras casas termina en el mar? “Reciclar, reusar, reducir” están muy bien, pero ya no alcanzan. Lo que quiero proponer es un boicot al plástico hasta sacarlo de nuestras vidas. ¿Cómo lo hacemos? ¿Queremos hacerlo, o estamos bien bebiendo y comiendo plástico?

Las áreas naturales en las que las especies y los procesos ecosistémicos pueden desarrollarse de manera plena son cada vez más pequeñas y más aisladas, pero aún están allí. Desde cuidar un pequeño jardín, hasta exigir a los gobiernos que se amplíen las áreas protegidas y se creen otras nuevas, ¿cómo nos comprometemos en la protección de las especies y sus hábitats?

Cuando una persona desata incendios en  un bosque, ya sea en el monte con un fósforo en su mano o dando la orden desde el escritorio de su oficina, no sólo quema madera: quema las interrelaciones entre las especies que habitan ese bosque, incinera el suelo, condena los ríos, destruye cultura, saberes y salud. Las de otros y las suyas propias, porque lo que hace se vuelve en su contra. Nadie, ni una sola persona hoy, está exenta de la crisis ambiental. Entonces, ¿por qué una persona quema ese bosque, y al hacerlo, se quema a sí misma?

> Fotografía: Fredrik Christiansen

¿Qué sentimos ante cada una de estas cosas que nos involucran como especie y que involucran a otras miles? 

Las múltiples causas de tanto dolor ambiental tienen tal vez un mismo origen: la falta de empatía interespecífica. Decimos que una persona siente empatía cuando tiene la capacidad de vivenciar lo que otra persona siente. Si nuestro hermano recibe una buena noticia que le alegra la vida, también sentimos alegría, porque vivenciamos su emoción desde la nuestra. Si una amiga sufre una pérdida que la llena de tristeza, cuando la abrazamos para consolarla también nosotros sentimos esa tristeza. En ambos casos, estamos abriendo nuestra mente y nuestros sentimientos para vivenciar sus vidas desde su propia perspectiva, ayudados por nuestros propios ojos.

Al contar una anécdota de su infancia, dice AtahualpaUn amigo es uno mismo con otro cuero. Es uno mismo con otra piel. Eso es un amigo. Hoy nos invito a ponernos cuero de lampalagua, plumas de águila mora, corteza de algarrobo, pelaje de corzuela y cola de ballena para ser amigos de la lampalagua, el águila mora, el algarrobo, la corzuela y la ballena. Porque somos uno mismo. Y con esos cueros puestos, ¿podremos vivenciar lo que siente cada bicho y cada árbol cuando llega el fuego, cuando el hacha golpea, cuando se clava el arpón? ¿Podremos ser amigos de la lampalagua, el águila mora, el algarrobo, la corzuela y la ballena?

Alguna vez dije que me resulta aburrido comunicarme sólo con humanos. Fantaseo con un mundo en el que lleguemos a comunicarnos entre todas las especies, aunque no en el sentido de “intercambiar información”.

Todos nos hemos conectado con un perro o un gato, y en esos encuentros todo es comunicación y empatía entre especies. ¿Cómo podemos experimentar algo así cuando entramos en contacto con una hormiga, un pez, un colibrí o un quebracho?

¿Es posible sentir empatía por esas especies?

Yo creo que sí, porque la empatía puede tomar distintas formas y hacernos experimentar sensaciones y sentimientos que tal vez nunca antes sentimos porque no les dimos la oportunidad de aflorar.

> Fotografía: Mariano Sironi

Lo que propongo es empezar a sentir la empatía interespecífica y llevarla a la práctica. 

Me refiero a una empatía activa, que ponga a cada persona en el lugar de otra persona, sí, pero sobre todo, a nuestra especie en el lugar de otras especies, y que desde allí, tomemos decisiones cada día. Decisiones tomadas con la razón pero basadas en los sentimientos. Es tiempo de dar más relevancia a lo que sentimos. Y entonces, resuena la voz de Mercedes Sosa cantando a Violeta Parra: 

«Lo que puede el sentimiento
no lo ha podido el saber
ni el más claro proceder ni el más ancho pensamiento.
Todo lo cambia el momento
cual mago condescendiente
nos aleja dulcemente de rencores y violencias
sólo el amor con su ciencia nos vuelve tan inocentes».

Tratemos de ser tan inocentes. Busquemos conectar, comprender y sentir más allá de los límites a los que estamos acostumbrados. Dejemos de actuar como individuos aislados, e incluso como si fuéramos la especie más importante, porque, ¡sorpresa! no lo somos. Una especie sola es una especie muerta. Venimos de largos siglos de antropocentrismo. Es momento de repensar nuestro vínculo con la naturaleza, y de darles a los derechos de esas otras especies el lugar que nunca debieron dejar de tener. Es tiempo de cambiar el egocentrismo por el ecocentrismo.

Dice Galeano:

«Los dioses mueven la sangre y la savia. En cada hierba de Cuba respira un dios y por eso está vivito, como la gente, el monte. El monte, templo de los dioses africanos, morada de los abuelos africanos, es sagrado y tiene secretos. Si alguien no lo saluda, se pone bravo y niega la salud y la suerte. Hay que regalarlo y saludarlo para recibir las hojas que curan llagas y cierran el paso a la desgracia. Se saluda al monte con las palabras rituales o las palabras que salgan.

Cada cual habla con los dioses como siente o puede. Ningún dios es del todo bueno ni del todo malo. Lo mismo salva que mata. La brisa refresca y el ciclón arrasa, pero los dos son aire.»

El ser humano no es un dios, pero parece estar actuando como tal, haciendo y deshaciendo a su antojo. Tiene el poder de cambiar, para bien o para mal. Hoy, el ser humano es para el planeta Tierra ese aire que refresca o arrasa. De cada persona depende que podamos refrescar sin arrasar.

En diversos análisis sobre la crisis ambiental actual, he leído reiteradas veces que es necesario “un cambio de paradigma”. No está funcionando. Quizás debamos ir un paso más allá, y pensar en que es necesario “un cambio de paradigma del cambio de paradigma”.

> Fotografía: Mariano Sironi

¿Qué es lo urgente y qué es lo importante? No tengo un plan de acción. Pero sí sé, y sí siento, que el cambio debe ser ahora. Ejercitemos la empatía interespecífica y reflexionemos sobre lo que hemos hecho mal para llegar a este estado de cosas.

Éste sería un comienzo para generar los cambios esenciales que deben venir si queremos evitar el colapso de todo lo conocido. Modificar de manera rotunda las valoraciones que hacemos de la naturaleza, el modo en que nos relacionamos entre nosotros, con las otras especies y con el mundo que nos rodea ya no es un “deseo romántico de los ambientalistas”. Hoy es una cuestión de supervivencia. Tenemos la oportunidad histórica de reflexionar, aprender y cambiar. Pero el cambio es urgente, y debe ser contundente, categórico y definitivo. O llegará tarde.

Ya no hay tiempo, dice Berta Cáceres. El tiempo de cambiar rotundamente es hoy. 

 

 

 

 

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